
¿Puede subsistir un sencillo velero en tierra castellana? Aire, agua, tierra y fuego en la duradera mentira de la sangre. En los días, con la hierba parlante; en las noches, con las cálidas estrellas. Mástil enramado al que acuden las aves, posadas en su desnuda superficie de escarcha (que el sol regala durante la mañana), mientras otean el redondo valle. Cuerpo-alma a la que nos abocan las religiones; pensamiento-materia en la que nos sume Descartes; arte-ciencia, altivos chopos en la vera del arroyo –Burgostecarios–, vereda hasta el Duero, camino a la mar. Bohemio titiritero viviendo en la ciudad.

La pintura surrealista de Wladimir Kush (1965) es de esas creaciones que responden a la pregunta que nos hacíamos al inicio de esta anotación. Los componentes de sus cuadros no tienen lógica (externa) y, si nos apuran, carecen de profundidad, pero reúnen los elementos que unifican las verdades contrarias; se mueven (como pez en el agua) entre imaginación, música y pasión, proporcionando asiento en la borda a las letras (con las que se describen las Personas) y a los números (con los que escribe la Naturaleza). Así es como La Vela Blanca va y viene entre la nieve, la niebla, las flores, el dolor, el trigo, la humillación, los interrogantes…

Un año más, ¿por qué no?. Salud.


















Lluvia en la casa



Pero no decaigamos, si podemos perdernos y morir en una tormenta de arena, también llegamos a momentos de belleza sobrecogedora en el dorado paisaje cambiante.






Cuando Silvia Mistral publica Madréporas, en 1944, libro de exaltación a su embarazo y al nacimiento de su hija, metáfora de la superación del exilio, nos habla de que ésta también se llama Silvia, por aquella costurera del verso.



»Nota el silencio del viento… y cae en la cuenta de los días. Es septiembre. Las amables golondrinas se han marchado».




